Por Ligia Bonetti
Todos nacemos con un propósito o una misión en la vida, ya sea para enseñar o aprender. Algunos dejan este mundo sin conocer esa razón que da significado a su existencia, otros, en cambio, encontramos una pequeña luz que nos guía hacia lo que pensamos que es nuestro mandato de vida. Es así, siguiendo ese instinto, como vamos dejando una huella: construyendo un legado.
No se confundan. No me refiero a los bienes materiales o aquello que enseñamos a los demás, sino a lo que se recuerda con admiración y orgullo después de nuestra partida. Que se mantiene vivo a través del tiempo e inspira a otros, que también se identifican.
Ciertamente, un legado tiene un alcance mucho más amplio que su interpretación literal, “regalar un bien a través de un testamento … se entiende que es también la transmisión de nuestro patrimonio interior, la herencia de valores fundamentales, creencias y experiencias”.
Habla de lo que queremos dejar como lecciones de vida, de nuestras alegrías, penas, errores, virtudes y aprendizajes. Es literalmente una herencia emocional, que construimos en el tiempo con las acciones que de manera visible y consistente tomamos en nuestra vida profesional y personal. Refleja aquellas cosas a las que más importancia le dimos y que, de alguna manera, deseamos que perduren.
Solemos equivocarnos al pensar que se trata de acciones extraordinarias o que solo es posible dejar una huella si eres exitoso, y nada tiene que ver. El verdadero legado se deja cuando nos recuerdan con amor, cuando somos un ejemplo a seguir y cuando en los momentos más felices nuestro nombre es el que se menciona. Esto no requiere tener una clase social específica, ni estatus, ni grandes títulos. Solo es necesario actuar con coherencia, empatía, solidaridad y con valores éticos y morales.
Porque como siempre digo, heredar un legado material es fácil, construir uno puede ser alcanzable. Sin embargo, tener la capacidad de heredar un legado emocional y lograr transmitir este último de generación en generación, es solo posible si sabemos interpretarlo, interiorizarlo y hacerlo nuestro con total profundidad.
Encontremos nuestro propósito de vida. Caminemos con las mejores intenciones, con los ojos abiertos para evitar no ver como nuestros pasos afectan a los demás, enseñando más con el ejemplo que con palabras y siendo coherentes con nuestra fe, creencias y convicciones.
Quiero agregar dos valiosos recordatorios para todos los líderes de que el propósito une a todos, recordatorios que leí en el libro “Leaders eat last”, en español “Los líderes comen al final”, del autor británico Simon Sinek:
- “El legado de un verdadero líder es tan sólido como los cimientos que dejan y que permiten que otros continúen impulsando la organización en su nombre”.
- “El legado no es un recuerdo de tiempos mejores cuando el antiguo líder estuvo allí. Eso no es legado, eso es nostalgia”.
¡Construyamos un legado que perdure en el tiempo y nos haga sentir orgullo por la vida que vivimos!